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Votar o no votar... No es un dilema

El dilema actual es prepararse o no a la movilización combativa al frente de la lucha de masas, por un cambio radical de la sociedad

Una mujer participa en una protesta contra el CSE, en Managua, exigiendo elecciones libres y transparentes. Mario López/EFE.

Fernando Bárcenas

30 de agosto 2017

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Ortega está interesado en anular en la conciencia ciudadana la necesidad de delegar el poder político por medio de elecciones. Para el orteguismo, el poder político se conquista de cualquier manera y, haciendo lo que haya que hacer, a cualquier costo, no se cede jamás. En consecuencia, la sociedad se polariza progresivamente y, para abrirse camino hacia mayores oportunidades sociales, tiende irremediablemente a la confrontación violenta contra la férrea dictadura de una camarilla usurpadora que tiene por bandera la corrupción.

dilema


Democracia y medios de lucha

La democracia no es un fin en sí (salvo para los venales aspirantes a puestos públicos que, como el camaleón, se adaptan sin embargo a las circunstancias del entorno), sino, un medio para que los trabajadores defiendan o amplíen sus conquistas. La democracia viene coartada para vulnerar derechos humanos de los ciudadanos. En estos términos, lo esencial es la estrategia de defensa de los derechos de los trabajadores, no el medio de lucha o la paz social (como dice interesadamente el COSEP). Los medios de la confrontación, como en cualquier evento de la naturaleza, están íntimamente determinados por los fines, y por la correlación de fuerzas del momento.

La consigna oportunista, para colaborar con la dictadura, “espacio que no se ocupa, lo toma el contrincante”, no es una máxima política o militar, sino, una divisa lumpen, una reminiscencia de la orden de “abordaje”, para marchar al asalto tras un pedazo de botín con el cuchillo entre los dientes. En lugar de tomar el espacio que me deja calculadamente el enemigo, debo tomar el espacio ventajoso donde no tenga defensas.

Elecciones o movilización directa

Participar en las elecciones o promover la movilización directa viene determinado por el nivel de conciencia de las masas, no por una apreciación personal. En la medida que los trabajadores no tienen credibilidad en las elecciones como medio eficaz para adelantar sus demandas, sólo un traidor puede intentar restablecer dicha credibilidad. En tales circunstancias, la lucha se desplaza enteramente hacia la movilización directa.

Pero, en cambio, si las masas tienen algún resquicio de credibilidad en el proceso electoral, porque les falta experiencia, sólo un idiota puede ignorar ese resquicio y no ayudar a que las masas avancen en su conciencia combativa por propia experiencia, para que comprueben en los hechos, gracias a la propaganda combativa desde los foros electorales, sobre la inutilidad de sus ilusiones respecto a la representatividad formal en una dictadura.

Principios teóricos de la práctica política

Político no es quien vive de la política. Ese es un vividor que intenta prosperar sin trabajar. Por ello hay tanto corrupto atraído por la cosa pública como la herrumbre por el imán. Político es quien usa una metodología principista para diseñar líneas de acción de masas correctas en cada coyuntura. Los principios no son un decálogo ético, metafísico, o una deontología o deber profesional, como el juramento hipocrático. Los principios políticos, próximos a la ciencia, constituyen una metodología epistemológica para aprehender el auto dinamismo de la realidad en transformación. Y con tal análisis teórico, determinar el elemento progresivo dentro de la contradicción concreta.

Un partido progresivo se forma, no en torno a la lucha armada o en torno a miserables caudillos (porque todo caudillo, en esencia, es miserable), sino, a partir de principios teóricos, y se convierte en partido de masas por líneas políticas de acción, coherentes con tales principios, para transformar progresivamente la realidad.

Botar a Somoza… y basta

En sentido inverso, cuando uno lee que un comandante sandinista, de los más destacados en la lucha guerrillera, treinta y cinco años después de la caída de Somoza expresa con soberbia inconsciente: “¡qué revolución ni que nada, lo que queríamos era botar a Somoza!”, se comprende que la lucha armada sandinista fue una aventura que desvió la lucha de masas hacia un simple putch.

La revolución, en el sentido de la participación beligerante del pueblo, ese despertar político de masas en contra de Somoza, a partir de 1978, debió gestar una transformación progresiva de la sociedad, pero, fue expropiada al nacer por un sistema político cualitativamente abusivo, independiente de la sociedad, que incubaba en sus entrañas burocráticas, desde antes de la toma del poder, todos los vicios latentes del orteguismo actual.

La base social del orteguismo 

El orteguismo se sustenta objetivamente en el campesino minifundista y en el trabajador informal. En el campo hay 140 mil minifundios de subsistencia, que representa el 70 % de las explotaciones y el 25 % de la superficie agropecuaria.  Y en la zona urbana, el 80 % de la población económicamente activa vive en la informalidad, en condiciones precarias de subsistencia por cuenta propia. La mayoría de la población busca su sobrevivencia individualmente, como un náufrago ocupado desesperadamente en mantenerse a flote.

Ambos sectores, que en conjunto representan el 85 % de la PEA, no forman una clase social. No cuentan con una voz común, ni tienen cómo ejercer presión organizadamente sobre la producción económica objetivamente atrasada. Adicionalmente, las remesas introducen un falso ahorro, de 1,300 millones de dólares, que ejerce la función de válvula de alivio, cuya formación en el exterior sin vínculo productivo con la economía nacional es indiferente a las decisiones económicas y políticas del gobierno, y a las luchas sociales.

No es que estos sectores mayoritarios apoyen políticamente a Ortega, o que participen activamente o se movilicen tras el orteguismo, pero, la dispersión individual y azarosa de la vida económica, personal, de estos sectores humanos, que trabajan precariamente por cuenta propia, en una economía de subsistencia, bajo la bandera de sálvese quien pueda, es lo que hace posible, objetivamente, que una camarilla corrupta, aventurera, logre esquilmar al país y actuar independientemente desde el poder, sin resistencia social organizada que frene sus abusos.

Si con la decisiva caída de Ortega no se gesta un proceso de cambio revolucionario en el modo de producción, y en las relaciones sociales, con una mayor productividad y un mayor valor agregado sobre nuestras materias primas, en un proceso de industrialización nacional, se reiniciará el ciclo perverso de un nuevo poder dictatorial, de una camarilla sin escrúpulos que venderá la soberanía nacional a la mafia nacional e internacional.

Fraude y decepción electoral, fórmula de consolidación orteguista

Sin dejar a un lado el fraude, listo para ser desplegado en la magnitud que resulte necesario, la idea actual de Ortega es disuadir a la población, mayoritariamente independiente, que las elecciones tengan algún significado o importancia. De modo, que cubre calculadamente con un manto de silencio, de decepción, de oscuridad y de secretismo, las elecciones, sin campañas electorales, ni selección abierta de candidatos. Interpreta, a su modo ramplón, que la abstención electoral sería un respaldo tácito de la población al ejercicio continuado del poder dictatorial. A un poder indiscutido, por encima de la sociedad. Esa es la tesis pervertida que corre como hilo conductor en las desvergonzadas encuestas de opinión pagadas por el régimen.

Voto orteguista a ciegas, e intrigas intestinas por el botín

Por su parte, el orteguismo, silenciosa y molecularmente induce a sus militantes por medio del férreo control partidario en los barrios y en los centros de trabajo, para que acudan obligadamente a las urnas. Pero, a votar a ciegas, por candidatos seleccionados secretamente en el vértice. Tampoco estos militantes orteguistas delegan algún poder. Como partidarios sin criterio lo que delegan es tan sólo una conciencia oportunista.

La burla despectiva de Ortega, con la falsa selección de los candidatos a las elecciones municipales mediante encuestas internas, ha sido un disparate provocador. Resultó un escupitajo a las ambiciones mal refrenadas en la base.

Ortega, en su organización no busca simpatizantes, sino, soldados bajo control y obediencia ciega. Sin embargo, la ridícula rebelión inconsecuente de sus partidarios befados por el dedazo es un indicio serio que una improbable dinastía afonda sus pivotes carcomidos en un mar de famélicas pirañas, que auguran la anarquía. 

La idea de Ortega, sin embargo, es la de comprometer abiertamente al ejército con la dictadura, haciendo de él una fuerza pretoriana que, como columna vertebral de la pretendida dinastía, garantice la sobrevivencia de la impunidad.

Ante esa perspectiva, votar o no votar no es el dilema para el nicaragüense honesto. El dilema actual es prepararse o no a la movilización combativa al frente de la lucha de masas, por un cambio radical de la sociedad.

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El autor es ingeniero eléctrico.


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