Si aceptamos que la historia es la reconstrucción de los hechos pasados para desentrañar las claves de los tiempos presentes y futuros, no queda más que aceptar que la historia es la vida de las personas, bien como individuos, bien como colectividades. De lo anterior se deduce que el tamaño de la historia es del tamaño de nuestras vidas a partir de mañana. En este recorrido algunas personas somos objetos del vendaval que nos arrastra como a hojas secas; pero hay otras que son sujetos, personas se han subido a lomos de la tormenta para gobernarla y dejar su impronta en el futuro. Entre estas últimas está doña Violeta Barrios de Chamorro fallecida el 14 de junio de 2025.
De las Memorias de doña Violeta se deduce que no buscaba trascender en la historia de Nicaragua. Solo buscaba recoser una sociedad desgarrada por la guerra y por el terremoto que provocó la revolución. Pero quizás sin pretenderlo abarcó categorías indispensables en cualquier reconstrucción histórica: irrumpir como la primera, la primera mujer jefa de Estado de Nicaragua y de América Latina, un territorio de machos atornillados al poder; pilotar una transición sumamente conflictiva hacia la paz y la democracia; y ser la primera mandataria que no buscaba la reelección por ningún subterfugio.
Todas las primeras veces
El triunfo de doña Violeta Barrios de Chamorro significó el reinició de la historia en un país que la había reseteado tan solo diez años antes. El acontecimiento trajo consigo varias primeras veces que convirtieron el resultado electoral en hechos inéditos: la llegada de una mujer a la presidencia de la república, la derrota de una revolución por vías pacíficas y la transmisión del poder como un proceso normal entre dos agrupaciones políticas de signos opuestos.
Pero también hubo otra enorme primera vez implícita: la derrota de una organización muchas veces superior en experiencia, cohesión interna, medios y personas, a manos de otra recién creada, atomizada, con menos recursos y con pocos activistas. Por ello los resultados del 25 de febrero de 1990 fueron tan sorpresivos que han pasado a formar parte de la historiografía mundial. Méritos atribuibles a una señora que supo aglutinar en su figura todas las esperanzas de una población cansada de las promesas (y las penurias) de la revolución. Ella fue el factor subjetivo que se impuso a la narrativa objetiva de los profesionales de la revolución.
El reto de pilotar la transición a la democracia
En los primeros días de su mandato, algunos —los huérfanos de la revolución derrotada— no supimos —porque tampoco queríamos— ver la trascendencia de lo que estaba ocurriendo. Cuando se respira por la herida se nubla el entendimiento. A esto tampoco contribuían algunos ministros con el tacto político de un elefante, como aquel de la tristemente célebre frase en víspera de la primera huelga: “ilegal, ilícita e inexistente”.
No fue hasta meses después que empezamos a ver las bondades que el tsunami Violeta Barrios de Chamorro estaba dejando. El primero y más evidente: el final del partido de vanguardia que tenía atenazada la energía de la sociedad civil. Por primera vez (una más) la energía de la sociedad civil se vio liberada de las guerras que las condicionaban y de partidos que la encerraban en organizaciones verticales (el liberal somocista y el sandinista).
Nunca como en los primeros años 90 la sociedad conoció semejante florecimiento de las iniciativas civiles. Ciertamente que ello no hubiera sido posible sin la acumulación de experiencias durante la revolución, cuando la frase “estar organizado” expresaba un estado natural de la vida, no importaba si a favor o en contra de la revolución. La diferencia fue que incluso entre los brotes armados de recompas, recontras y revueltos, no puede decirse que hubiera una persecución política como política de Estado.
No reelección
Desde 1967 Nicaragua sólo ha tenido seis presidentes. Sí, así como suena: en 58 años sólo seis personas han ocupado la primera magistratura del país, de los cuales uno fue derrocado por la guerra (un hecho que los “codictadores” hoy no dudarían en calificar de golpe de Estado) y otro ha repetido a pesar de estar prohibido por la ley. Por tanto, se podría afirmar que en 58 años sólo ha habido cinco personas diferentes. Este fue el mérito de doña Violeta Barrios de Chamorro, colarse en el terreno de los machos para romper con el mito de la reelección en la cultura política.
Con ello la presidenta saliente mandó un mensaje que según parece muchos no han querido escuchar, aquellos que se creen predestinados a ser presidentes de la república. Ni más ni menos. Pero ella, una vez más, rompió el encantamiento del poder y a pesar de tener las encuestas a su favor, incluso con mayor peso años después cuando los rumores tocaron su puerta para que volviera a presentarse. Si Sandino no quería ser presidente, doña Violeta decidió que nunca más.
Una persona entra en la historia cuando deja su huella en la vida cotidiana de los demás que más tarde será memoria. Pero no a cualquier precio. Hay otros que queriendo pasar a la historia solo logran ser un pasado insepulto, carroña ambulante de la que seguramente se hablará en negativo, sin otro legado que la muerte y la opresión.
Doña Violeta Barrios de Chamorro no sólo entró a la historia, desde que abrió las puertas a la libertad y a la democracia, se convirtió en el patrón para medir lo que estaba por venir. Por ello no es retórico reconocer que fue una presidenta del tamaño de la historia. Por eso hoy encarna la esperanza de que podamos recuperar nuestro país, para darnos una nueva oportunidad de construir una Nicaragua donde quepamos todos.
Una forma de abonar la esperanza es preservar su legado antes de que el negacionismo de la tiranía lo borre. En palabras de Thomas Mann, “el carácter antiguo de una historia, ¿no es tanto más profundo, más completo y legendario, cuanto se desarrolla más inmediatamente antes de ahora?” (La montaña mágica).