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Tecnológicas al abordaje político

Los tecnócratas piensan que llegó la hora de reclamar el espacio político que les correspondería jugar

Censorship

Guillermo Rothschuh Villanueva

18 de diciembre 2022

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“El modo en que las grandes corporaciones actuales ávidas de un poder global sobornan o reclutan a políticos para conseguir sus fines es idéntico al que ya utilizó la Compañía en el Londres victoriano para defender sus intereses y no el de los ciudadanos”.

William Dalrymple


Sostener, como ocurre en estos días, que los dueños de las grandes corporaciones tecnológicas son actores políticos, constituye una perogrullada. Una realidad conocida y discutida en las escuelas de ciencia política, sociología, economía, comunicación y relaciones internacionales. Juegan un papel político de primerísima importancia. Desde mediados de los noventa del siglo pasado, llovieron las denuncias de los expertos en nuevas tecnologías, señalando su poderío económico y ascendiente político. A mediados de la segunda década del siglo veintiuno, en un claro tanteo o una especie de advertencia, prestigiosos medios estadounidenses, dijeron que Mark Zuckerberg tenía aspiraciones presidenciales. El tema fue abordado de refilón. No mereció mayor atención de parte de quienes estaban obligados a dar seguimiento a estas pretensiones.

 También resulta una ordinariez aludir el creciente desarrollo y constantes innovaciones tecnológicas, evadiendo toda referencia a la acumulación de poder político que han venido ganando progresivamente. Los dueños de las grandes empresas tecnológicas tienen conciencia de este poder. Tal vez los más conscientes de esta realidad son los europeos. El uso pervertido de las tecnológicas, hizo que sintieran los estragos ocasionados a sus dirigentes. Investigadores de distintas procedencias analizaron el fenómeno y sus posibles consecuencias. De manera temprana advirtieron que su desarrollo geométrico y alcance planetario, desembocaría en un desafío para los Estados nacionales. La acumulación de poder económico constituía un reto para la sobrevivencia del Estado. La globalización burlaba fronteras y se regodeaba por el mundo.

A estas alturas del siglo veintiuno, los señalamientos comienzan a plantearse de forma alarmante. El abordaje político de parte de los propietarios de las tecnológicas sigue en marcha. Para contener su ascenso, los europeos antes que nadie, empezaron por establecer un marco regulatorio. Los políticos estadounidenses vienen a la zaga. Las discusiones en el seno de las instituciones legislativas —Cámara de Representantes y del Senado— no han avanzado como se esperaba. Sus miembros se percataron de estar siendo desplazados del juego político. La alianza industrial-militar denunciada por Eisenhower, en vez de ser desmontada, se vio fortalecida. Los militares gozan en Estados Unidos de un poder inigualable. Junto con los dueños de las tecnológicas, son los grandes ganadores de este concubinato. No se detendrán hasta ubicarse en la primera fila.

Mientras los medios de comunicación tradicionales imponían la agenda, los barones de la prensa gozaron de un poder ilimitado. El cambio radical devino con la aparición de internet y las redes sociales. Las instituciones militares estadounidenses jugaron un papel fundamental en su aparición y desarrollo. Invirtieron enormes fortunas. Después ocurrió lo que ya todos sabemos. Las gigantes tecnológicas, Google, Apple, Microsoft, Amazon y Ali Baba, han sido las grandes favorecidas con los aportes provenientes del sector público. John F. Kennedy propulsó esta nueva alianza entre el Estado y el sector privado. No deja de ser frustrante que la industria farmacéutica, financiada en EE. UU. con grandes sumas de dinero procedentes del Estado, con la intención que desarrollarán a la brevedad las vacunas para enfrentar la covid-19, se quedarán finalmente con la tajada del león.

¿En qué momento y de qué manera enfrentarán estas asimetrías, quienes están al frente de la cosa pública? Tampoco vayamos a suponer que únicamente el sector privado ha sido beneficiado. Los Gobiernos también han sido favorecidos por el desarrollo y la innovación tecnológicas. Pegasus sirve para que continuar espiando de manera descarada, a políticos y periodistas. En Inglaterra y China, las personas que circulan por las calles de las principales ciudades, quedan registradas de manera automática. La libre movilización pasó a ser nada más que un enunciado en los textos constitucionales. Las cámaras de vigilancia, como temía el inglés George Orwell, dan cuenta de las veces que pasan por algunos lugares, la hora y el propósito qué lo hacen. No hay forma de escapar a su mirada fisgona. Las personas, sin excepción alguna, son espiadas de manera permanente.

Los peligros de caer en manos de grandes empresarios siguen profundizándose. Estamos a las puertas de una gran eclosión. Con la guerra de Ucrania, Microsoft ha declarado que el frente de guerra pasa por su sede en Redmond, Washington. Una empresa tecnológica global está defendiendo Ucrania y esto es algo que no hemos conocido en otras guerras: que una gran corporación es mucho más fuerte que muchos Estados”, como hizo saber hace unos días, el especialista israelí, Eviatar Matania. Gran parte del ascendiente de Bill Gates, proviene de su condición de representante conspicuo de esta poderosa institución. Políticos y militares deben sentirse más que satisfechos de contar con aliados con estas credenciales. No son solo los Estados los que están al frente de la defensa de Ucrania, también lo hacen empresas tecnológicas. Un giro sustancial en las guerras del presente.

En los juegos de tronos, nadie queda fuera de las pretensiones de quienes participan como actores privilegiados, frente o detrás del escenario político-militar. Saben mover sus fichas. Juzgan que deben de estar involucrados en todas estas decisiones. Microsoft dispone de un delegado en la Organización de Naciones Unidas. Matania lo expresa muy bien: “Microsoft tiene desde 2020 un embajador ante Naciones Unidas. Se sienta a mesas en las que se debaten las cuestiones del ciberespacio. Es importante entenderlo”. Cuando las empresas o los empresarios son quienes están de por medio en los asuntos de Estado, debemos suponer que no lo hacen por razones filantrópicas. Esta actitud es ajena a su comportamiento. Muchísimas de sus actuaciones son con el propósito de obtener jugosos dividendos. Elon Musk expresó que había comprado Twitter por razones políticas y económicas.

La paridad alcanzada en la organización más importante del mundo, debemos interpretarla como un paso adelante en sus deseos por copar los espacios políticos. No solo en sus países, también en el ámbito internacional. Los Chicagos Boys en Chile (1974) sentían especial interés por dirigir la cosa pública. Los mismos forcejos ocurrieron en Nicaragua, en 1967. Los “Mini-faldas” fueron favorecidos con el ascenso de Somoza Debayle a la presidencia. Igual pasó en México cuando el gerente general de la Coca Cola, Vicente Fox, pasó a ocupar la silla presidencial (2006). No es que esté en desacuerdo que quienes dirigen un país, ostenten un admirable currículo tecnológico. El problema radica que su pensamiento está imbuido por una concepción diferente. El Estado no puede administrarse como se administra una empresa comercial.

Los dueños de las tecnológicas han remarcado su decisión de participar como actores políticos. No se guardan por hacer explícitas sus ambiciones. Las tensiones y encontronazos recurrentes entre los iluminados de Silicon Valley y los operadores políticos en Washington D. C., continuarán. Seguirán su curso. Piensan que, a diferencia de clase política, cuentan con las credenciales necesarias para dirigir el curso de la sociedad contemporánea. Antonio Gramsci supo vislumbrar el futuro. Estructuró perfectamente la ecuación: técnico + político = dirigente. Para resultar efectivos en el cumplimiento de su deber, los políticos para Gramsci estarían obligados en el futuro, en poseer conocimientos técnicos. Esta exigencia la planteó hace casi un siglo. Los hombres de Estado no solo deberían saber únicamente hablar con elocuencia. Algunos lo logran.

El fenómeno al que hoy asistimos es a la inversa, los tecnócratas piensan que llegó la hora de reclamar el espacio político que les correspondería jugar. Como sostiene Eviatar Matania, asistimos a un momento nuevo en la historia. Es la primera ocasión “que ves a los gigantes tecnológicos no solo motivados por intereses económicos, sino también empezando a convertirse en actores políticos”. Pondrán mayor énfasis en sus intentos por asumir la dirección global del planeta. Ya no habrá ningún retroceso. La timidez con que actúa la clase política estadounidense, nada tiene que ver con la claridad y resolución con que procede la clase política europea. Aceptar que los necesitan como aliados, no quiere decir que hay que dejarles libres el camino sin oponer resistencia. Aunque no dejo de preguntarme, ¿será posible que a estas alturas esto ocurra? Temo que sea un poco tarde.

Empeñarse en dirigir el Estado no estaría mal, debemos recordar que el ejercicio de la política ha buscado históricamente, el bienestar ciudadano. Es el núcleo de su existencia. Los dueños de las tecnológicas actúan motivados por otras razones: para asegurarse no ser objeto de acechanzas por la clase política o bien para garantizar que sus intereses económicos no sufran mermas en la búsqueda de incrementar sus ganancias. Con el añadido, que la clase política pasa por el peor momento. El descrédito del que son acreedores continúa. Todavía no toca fondo. Aunque los directivos de las tecnológicas, en vez de mejorar las condiciones sociales, económicas, culturales y educativas, han profundizado enormemente las brechas sociales, económicas y tecnológicas. En el corto plazo no hay visos de que vaya a ocurrir un cambio de conducta de su parte.

La lógica con que operan es simplista. ¿Por qué no reclamar un sitio en el entramado político, si sus empresas están en la primera línea de defensa, resguardando los intereses de los países capitalistas? Están convencidos de ser quienes más aportan en las contiendas bélicas. La guerra en Ucrania ha demostrado que los programas en ciberseguridad se han transformado en dispositivos imprescindibles, para asegurar el éxito en esta larga y costosa campaña militar, iniciada el 24 de febrero de 2022. A esto habría que sumar los satélites y drones puestos a disposición de los aliados. Este acontecimiento termina convenciéndoles de la necesidad de estar en pie de igualdad, con quienes se muestran urgidos de contar con su apoyo. Creen estar mejor preparados y disponer de un mayor bagaje científicotécnico, en el despliegue de estos artefactos, para ganar las guerras.

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Guillermo Rothschuh Villanueva

Guillermo Rothschuh Villanueva

Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.

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