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Ni voto nulo ni abstención electoral

El régimen de Ortega podría ser superado de un salto por una forma democrática superior, al estilo de la Comuna

EFE/Archivo

Fernando Bárcenas

29 de agosto 2016

AA
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No reflexionar sobre la guerra es dar

prueba de indiferencia sobre la conservación


o pérdida de lo que nos es más querido.

Sun Tzu

Hay en curso un debate, entre intelectuales de la oposición electorera, sobre llamar al voto nulo o a la abstención electoral en este proceso reprensible. Incluso, los abstencionistas hacen un llamado combinado (a la abstención para la población en general, y al voto nulo para los empleados públicos). Lo cual, pone en evidencia que metodológicamente el debate de estos intelectuales es falso, ya que trataría de cómo comportarse individualmente ante el proceso electoral viciado (que la dictadura orteguista ha desprestigiado completamente), y no de adelantar una consigna política que ayude a desarrollar la conciencia combativa de las masas.

Aspectos negativos y positivos de la torpeza de Ortega

Ortega ha cometido, seguidamente, seis o siete errores graves, como si se hubiese embriagado de ambrosía, al igual que los déspotas antiguos que tomaban sustancias alucinógenas en busca de la inmortalidad. Aunque la táctica electoral de Ortega significa un avance represivo, una sustracción más acusada de derechos fundamentales (y ello, en términos generales, es nocivo), es cierto que lo ha hecho torpemente, de manera, que ante la opinión pública nacional e internacional desacredita ideológicamente su régimen. Lo cual, es un error estratégico grave, que las fuerzas progresistas deben aprovechar políticamente.

Ortega ha demostrado que políticamente desconoce –como diría Clausewitz- su propia posición y, en consecuencia, da señales inesperadas de inseguridad política (con el consecuente nerviosismo de sus aliados pragmáticos, de aquí y de allá).

Propio por ello, estos errores de Ortega constituyen una oportunidad muy positiva para cambiar la correlación de fuerzas. Al punto que Ortega, luego de comprobar con temor su mayor aislamiento, da algunos pasos hacia atrás en su bravuconería internacional. Y presenta ante los embajadores (a quienes llamó sinvergüenzas) un libro blanco sobre las elecciones, que explica con ingenuidad –mejor dicho, con inexperiencia- que sus desplantes y abusos son procedimientos normales.

No se percata que así cae en un nuevo error, ya que el intento de explicar el abuso discrecional del absolutismo adquiere tintes de cinismo. Parafraseando a Nietzsche, a este respecto, diríamos que nada más torpe que el intento de justificar la torpeza. El absolutismo anacrónico, a un cierto punto, tropieza contra todas las contradicciones que levanta a su paso, dando la impresión que el diablo interior de Ortega, soplándole al oído disparates quisiera perderle.

Magnificar los errores de Ortega

Un debate serio entre fuerzas progresistas estribaría sobre la mejor táctica a seguir para magnificar los errores de Ortega, antes que lamentarse y pensar únicamente en manifestaciones inocuas de repudio.

La táctica de Ortega incita a la abstención electoral de sus adversarios, y de los independientes, como una forma tonta de darle estabilidad a su régimen absolutista.

La abstención electoral, de parte de la población, se difunde ampliamente porque ve convertida la política en una práctica obscena. En primer lugar, es producto del rechazo al régimen excluyente, represivo y corrupto de Ortega (que conspira impunemente en la oscuridad, sin rendir cuenta de sus fechorías); en segundo lugar, es resultado, no de la capacidad de convocatoria de los abstencionistas, sino, de la profunda decepción y desprestigio de la clase política, que se ve reducida, por falta de lucha, a un pequeño grupo, abocado a la conquista de miserables puestos estatales; en tercer lugar, se debe a la mezquina complicidad e inutilidad estratégica de la clase empresarial, incapaz de cualquier iniciativa democrática coherente de carácter nacional.

Pero, este rechazo, si bien significa una conciencia de masas libre de ilusiones y de ataduras, no pone en crisis aún a la dictadura. Las consignas, dirigidas hacia las masas, no se elaboran en función de la suerte que experimente un grupo electorero, sino, en función de la correlación de fuerzas sociales en una situación política concreta.

Cuándo se adelanta el voto nulo

Un partido progresista promueve el voto nulo cuando todos los candidatos en contienda, bajo las reglas de la democracia formal (no de una dictadura), representan programas que atentan estratégicamente contra los intereses de los trabajadores. En tal caso, el voto nulo es una expresión de conciencia de clase, y no un simple repudio a un proceso electoral.

Un estratega político no llama a boicotear las elecciones, a la abstención o al voto nulo, por simple repudio a un proceso electoral viciado, ya que está obligado a utilizar dicho proceso inmundo –si las masas atrasadas guardan un trozo de credibilidad en él- para adelantar reivindicaciones sentidas por los sectores marginados y empobrecidos, que el sistema político no puede satisfacer. Se trata de ayudar a que las masas, por propia experiencia de lucha, aprendan a confiar únicamente en su acción directa.

Un estratega llama a boicotear las elecciones, únicamente, cuando dicho proceso constituye un intento de adormecer a las masas, que se disponen ya a la acción directa.

El repudio a un sistema electoral viciado es propio de la sensiblería pequeño burguesa, que desea sobrevivir en procesos electorales ilusorios. Un partido electorero habla y piensa en términos de repudio. Un partido progresista, lo hace en términos de lucha de masas.

Los abstencionistas rechazan el proceso electoral, y basta. Con el voto nulo se rechaza a los candidatos, y basta (por ello, acuden al proceso, para focalizar su repudio). Ambos constituyen un rechazo políticamente irrelevante. Uno, de forma muy vaga y pasiva; el otro, de forma muy focalizada y temporal. Ambos, en estas circunstancias, carecen de coraje espiritual. Para el militante progresista no se trata de repudiar la táctica de Ortega, sino, de combatirla. Es decir, se trata de una disposición a hacer que la táctica de Ortega fracase.

Dualidad de poder

Ortega ha reducido el Estado a una estructura inútil, totalmente negligente y poco profesional institucionalmente, al servicio exclusivo de una familia. Con ello, ha creado condiciones prerrevolucionarias que rápidamente, ante un auge de masas, se transforma en una situación de dualidad de poder.

La táctica electoral de Ortega le resta legitimidad a su poder dictatorial, aunque, en apariencia, le da mayor solidez política en términos jurídicos formales (dado el control absoluto que tiene sobre el poder judicial y el poder electoral). Pero, Ortega ha caído víctima de sus propios prejuicios antidemocráticos. Su régimen retrógrado, puesto en la picota por él mismo, podría ser superado de un salto, no por la democracia burguesa (convertida en farsa, por un lado, y en desplantes ilusos de repudio, por otro), sino, por una forma democrática superior, al estilo de la Comuna, que se gesta en el movimiento de masas. La Comuna –escribía Marx– debía ser, no una corporación parlamentaria, sino, una corporación de trabajo, legislativa y ejecutiva al mismo tiempo.

Esta eventualidad revolucionaria, de dualidad de poder, es la que atemoriza a los aliados de Ortega (que comienzan a valorar –aquí y allá- si preventivamente conviene salir de él). Y atemoriza a los intelectuales electoreros, que se ven desplazados por métodos de lucha que escapan a su control, porque las tiranías anacrónicas, cuando enfrentan aspiraciones de dignidad en la población, inevitablemente acaban en guerras insurreccionales de liberación.

No les atemoriza, por tanto, la inevitabilidad de la guerra, cuanto la posibilidad de una revolución.

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El autor es ingeniero eléctrico.

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Fernando Bárcenas

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