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La primera sesión del Diálogo Nacional

El discurso de Lesther Alemán fue duro y contundente. Habló por tres minutos, pero había parecido una eternidad

Vista del salón, en el Seminario Arquidiocesano, donde se realizaron las primeras sesiones del Diálogo Nacional. Foto: Confidencial

Juan Sebastián Chamorro

12 de abril 2024

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El miércoles 16 de mayo llegué muy puntual a la hora convenida y básicamente no había nadie más que Azahálea Solís, quien me dio un lazo negro de luto y una bandera, después nos tomamos una foto frente al portón del Seminario Arquidiocesano, que aún no abría sus puertas. Poco a poco empezaron a entrar los miembros de la mesa multisectorial, la que se convertiría en la siguiente sesión en la Alianza Cívica. También entraban los embajadores y los funcionarios de Gobierno. En pocos minutos, la estrecha entrada del Seminario, lugar diseñado para otras actividades resultó ser muy pequeño, y la fila de gente se salía del edificio, teniendo que esperar bajo el sol de la mañana de las últimas semanas del verano.

El sistema de acreditación, administrado por tres sacerdotes, no parecía dar abasto a la cantidad de gente que se aproximaba al evento. Pasando el área de acreditación, tomé asiento para esperar a mis compañeros e inmediatamente se sentó a mi lado el sindicalista José Espinoza, hombre recio y de amplia experiencia en la lucha sindical. Se dirigió a mí de manera muy respetuosa, mientras yo pensaba que íbamos hacer con todos aquellos delegados que no eran Gobierno, pero que tampoco habían participado en la mesa multisectorial. La cosa quedó bruscamente resuelta cuando al entrar Mike Healy (q. e. p. d.) al recinto y ver al rechoncho sindicalista tomando asiento a lado nuestro, simplemente le dijo que ahí no era bienvenido y que, por lo tanto, se moviera al otro extremo del salón, donde le correspondía a los colaboradores del Gobierno.


Al entrar al salón, me sorprendió la baja temperatura que ya dominada la escena que se convertiría en el Diálogo Nacional. Una batería de aires acondicionados funcionaba, seguramente desde horas antes, a plena capacidad, y le daban al sitio un aire de comodidad que contrastaba con el chillante sol de la mañana de afuera. Planificado o no, la temperatura era propicia para Ortega, famoso por preferir gélidas temperaturas en sus salas de trabajo, muy a pesar de la incomodidad de sus colaboradores.

A ambos lados del escenario, los obispos colocaron dos símbolos importantes cristianos y apropiados para la ocasión. La primera era una imagen de la Virgen, madre de Nicaragua. En el segundo se presentaba la medalla de San Benito, utilizada para realizar exorcismos y alejar espíritus malignos.

Estábamos ya sentados en la mesa del diálogo un poco antes de las 10. Ortega llegó inusualmente puntual y acompañado de su esposa Rosario Murillo, Bayardo Arce, Denis Moncada, Edwin Castro, Ovidio Reyes y demás funcionarios.

El evento comenzó con oraciones de monseñor Bosco Vivas que quedaron en el olvido ante tantos eventos que ocurrirían inmediatamente. Al momento que el sacerdote maestro de ceremonias se disponía a dar la palabra a Ortega, Lesther Alemán se levantó, sorprendiendo a un poco más de la mitad de la audiencia, ya que por nuestro lado ya sabíamos lo que iba a pasar, o creíamos saber.

El discurso de Lesther fue duro, contundente y bien articulado. Comenzó diciendo que no estábamos aquí para escuchar otra clase de historia, previendo lo que Ortega iba hacer, que era, como siempre lo hace, hacer una aburrida clase de historia. El discurso se basó en dos puntos esencialmente: el primero era dirigido a él como jefe supremo del Ejército y la Policía para cesar la represión. La segunda parte era para decirle que ésta era una mesa para negociar su salida. Era obvio que se había preparado bien y lo hizo de una manera que no permitía ser interrumpido.

Al terminar, el estado de agitación era generalizado. A Azahálea en particular, se le presentaba la oportunidad de poder desahogar sus críticas al régimen que por tantos años se había opuesto, de frente ahí, en su cara, en vivo y persona. Mientras Lesther hablaba, observaba yo detenidamente a Ortega quien lo escuchaba sin reacción alguna. Me quedó fijo en la memoria la impasividad de Ortega. Rosario en cambio se mostraba interesada en lo que decía Lesther, apuntando con una fija mirada, con unos ojos más grandes de lo habitual y su cabeza ligeramente inclinada hacia la derecha, como queriendo escuchar mejor por su oído izquierdo. Su posición pétrea se alternaba regularmente con una seña a su hija, quien le servía agua en su vaso. Fue un comentario general entre los ahí presentes sobre la cantidad de agua que tomó en ese corto tiempo.

Los miembros del cuerpo diplomático estaban notablemente impactados por tan singular escena de libre expresión en contra del Gobierno. Los ojos del embajador de Argentina, Marcelo Valle, lucían más grandes de lo común detrás de sus finos anteojos, mientras que el embajador japonés se mostraba sereno, así como el español, Rafael Garranzo. La embajadora Dogu se mostraba serena. Por el lado de los obispos, se mostraban atentos a las palabras de Lesther, con excepción del obispo Smith de Bluefields, hombre mayor, americano y al parecer poco tolerante a la ruptura de protocolo. Con la cara roja, hacía expresiones de desaprobación hacia el cardenal Brenes, quien miraba hacia el otro lado, en dirección a Lesther. Finalmente, Lesther dejó de hablar. Lo había hecho por tres minutos pero había parecido una eternidad. El país entero, viendo en cadena de televisión el discurso se encontraba en estado de shock. Adentro en el salón, el evento debía proseguir.

Se levantó y tomó la palabra Daniel Ortega, ante los gritos de algunos de los presentes que lo interrumpía con alguna regularidad, en particular Azahálea. Tomando por así decir, la solicitud de Lesther, Ortega dijo que para no hacer larga la historia sólo había que recordar a los muertos durante el siglo XX. Habló mucho de muertos y en especial de muertes violentas y del dolor que se causaban. Habló de su hermano Camilo e hizo una extraña referencia al Medio Oriente que pareció desubicada al contexto del momento. Lo único de fondo que dijo en esa pausada intervención, a pesar de lo pesado del ambiente, era que se debía analizar el involucramiento de la OEA que permitiera, dada las circunstancias del momento, fortalecer el sistema electoral. Eso fue lo único que dio a entrever sobre la posibilidad de reformas o acuerdos.

El discurso de Ortega se vio, como es sabido, interrumpido en varias ocasiones por los miembros de la mesa multisectorial, en especial Azahálea Solís, quien se encontraba a dos asientos, justo al lado del Dr. Tünnermann. Al escuchar el primer grito de protesta de Azahálea, tanto el Dr. Tünnermann como yo le agarramos del brazo y coincidimos en tranquilizarla. Con mirada encendida dijo severamente “déjenme en paz y no se les ocurra interrumpirme”, acto seguido agarró una edición del diario La Prensa que contenía las fotos de los asesinados y se volteó a seguir gritando a Ortega y su mujer. En un momento, Azahálea empezó a mencionar con voz alta, casi a gritos, el caso de Zoilamérica. En ese momento, noté que Rosario Murillo la quedó viendo con ojos penetrantes y dirigiéndose a la mesa dijo “vean ustedes, una mujer atacando a otra mujer”.

Después se dio el nombramiento de las víctimas por la joven Madeleine Caracas, quien con voz fuerte y conmovida leía los nombres de los entonces 67 muertos a la fecha, seguido por la ciudad de donde eran originarios. Al final del listado, la mayoría de la gente a nuestro lado de la mesa lloraba.

Al salir Ortega con su comitiva, se escuchó el ruido ensordecedor de dos helicópteros soviéticos sobrevolando la comitiva terrestre del presidente y su esposa, que resultó ser una enorme caravana de vehículos, motos, camionetas, tres vehículos idénticos Mercedez Benz, ambulancias y demás, que se complementaba con un despliegue de oficiales cada cierta distancia, entre el Seminario y su casa del Carmen, distante tan sólo dos kilómetros.

Había terminado así la primera sesión del diálogo, que resultó histórica y que será objeto de análisis por los años venideros.

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Juan Sebastián Chamorro

Juan Sebastián Chamorro

Economista, político y exreo de conciencia nicaragüense, desterrado por órdenes de Daniel Ortega y Rosario Murillo. Hijo del periodista Xavier Chamorro Cardenal, fundador de El Nuevo Diario. Tiene un máster en Economía con mención en Políticas Sociales y un doctorado especializado en Econometría. Fue viceministro de Hacienda y Crédito Público, secretario técnico de la Presidencia, coordinador del Sistema Nacional de Inversión Pública y director ejecutivo de la Fundación Nicaragüense para el Desarrollo Económico y Social (Funides). Es Miembro de la opositora Alianza Cívica por la Justicia y la Democracia y ex precandidato presidencial.

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