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La primera prueba para el rey Boris

La aplastante victoria de Boris Johnson en la elección general de este mes en el Reino Unido fue una batalla decisiva

El primer ministro británico Boris Johnson. EFE | Confidencial

Anatole Kaletsky

29 de diciembre 2019

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LONDRES – Las guerras terminan cuando los beligerantes renuncian a combatir. La forma más segura para que eso ocurra, y a veces la menos destructiva, es una batalla decisiva que lleve a una rendición incondicional. La aplastante victoria de Boris Johnson en la elección general de este mes en el Reino Unido fue una de esas batallas. Tras la total derrota de los partidos opositores, Johnson ahora disfruta el poder ilimitado conferido a los primeros ministros británicos con grandes mayorías. La constitución no escrita del RU se abstiene de controles y contrapesos como los incluidos en otras constituciones nacionales, lo que otorga a un partido con mayoría parlamentaria una soberanía absoluta que a menudo se describe como “dictadura electiva”.

La fama de temerario de Johnson daría motivos para temer lo peor, pero la historia indica que la dictadura electiva tiene un aspecto importante que la salva. La concentración de poder implica concentración de responsabilidad. Ahora que la oposición parlamentaria se ha vuelto irrelevante, Johnson tendrá que enfrentarse a un oponente más poderoso: la realidad económica y social. Tendrá que compatibilizar sus numerosas promesas contradictorias y políticas incoherentes, y la culpa será suya personalmente si no consigue que dos más dos sea cinco.


Ya con el Brexit camino de concretarse el 31 de enero de 2020, el desafío más importante que enfrenta Johnson es negociar la nueva relación del RU con la Unión Europea, algo de cuyo resultado depende su éxito o fracaso como primer ministro. Ya tres días después de la elección hubo un mal comienzo, cuando Johnson se comprometió a sancionar una ley que impedirá extender el período de transición post Brexit más allá de diciembre de 2020, lo que pone un plazo totalmente impracticable de doce meses a las negociaciones.

El anuncio de Johnson estuvo a punto de causar un pánico en los mercados financieros, y la libra perdió en poco tiempo toda la suba posterior a la elección. Es una reacción comprensible, ya que el plazo poco realista de Johnson prolongará la incertidumbre que debilitó a la economía británica este año.

Pero ¿y si el límite de doce meses es un farol? Las promesas incumplidas nunca afectaron la carrera de Johnson, y su mayoría parlamentaria implica que puede anular el plazo de negociación con la misma facilidad con que puede consagrarlo en ley. De modo que la cuestión clave no es cómo diga Johnson que llevará las negociaciones con la UE, sino qué tácticas negociadoras le interesa usar. Si quiere lograr sus objetivos económicos, políticos, regionales y nacionales, le conviene hacer que las negociaciones con Europa sean lo menos controvertidas que sea posible.

Lo primero es la economía. El programa de gobierno de Johnson depende totalmente de una fuerte recuperación de la inversión empresarial y de la confianza de los consumidores para obtener la recaudación impositiva adicional que necesitará para financiar sus promesas de aumento del gasto público. Para convertir su éxito electoral en credibilidad gubernamental, Johnson tiene que demostrar que su “acuerdo fantástico” para el Brexit realmente protegía los intereses económicos del RU, y eso implica evitar una ruptura brusca de las relaciones económicas con la UE. Cualquier repetición del pánico que se desató el último verano ante la posibilidad de interrupción de las negociaciones con la UE prolongaría la caída de la inversión de este año, y supone para Johnson el riesgo de una crisis financiera antes de que pueda presentar algún éxito de gobierno. Una posible explicación del plazo de doce meses es la búsqueda de una estrategia gradual en la que se acordarían primero los temas no conflictivos (por ejemplo la exención de aranceles al comercio de manufacturas) mientras que las negociaciones más difíciles (servicios financieros, agricultura y pesca) se pospondrían hasta 2021 o después.

También hay una necesidad política de evitar negociaciones confrontativas con la UE. Johnson ganó la elección con el eslogan “Get Brexit Done” (concretar el Brexit). Para la mayoría de los votantes esto significaba que Johnson y otros políticos dejaran de hablar de Europa y se concentraran en cuestiones cotidianas internas como la salud, la seguridad y el transporte. Un año de titulares y debates parlamentarios dominados por las negociaciones con la UE sería un desastre político para Johnson. Esto es otra razón por la que tal vez quiera resolver las cuestiones fáciles (por ejemplo los aranceles) en el plazo de doce meses y postergar en lo posible las decisiones políticamente controvertidas relacionadas con las industrias de servicios, la regulación y la inmigración.

Luego viene la política regional. Johnson debe su contundente victoria ante todo a votantes que antes apoyaban al laborismo, residentes en regiones industriales cuyas fábricas dependen en gran medida del comercio con Europa. Arriesgarse a una ruptura en las relaciones comerciales con la UE que pueda afectar a esas economías regionales sería un suicidio político. Por otra parte, esas regiones apreciarían los altos niveles de protección social y laboral que exige la UE como condición para un comercio fluido.

Lo último (y tal vez lo más importante para el lugar que ocupará Johnson en la historia) es la supervivencia del RU en cuanto Estado unitario. El triunfo electoral que obtuvo este mes el Partido Conservador de Johnson fue acompañado por victorias igualmente impresionantes del Partido Nacional Escocés en Escocia y el debilitamiento de los partidos unionistas probritánicos en Irlanda del Norte. Si el próximo año el RU sigue teniendo un mal desempeño económico, o enfrenta cualquier clase de crisis financiera que pueda atribuirse en forma creíble al Brexit, es probable que la próxima elección parlamentaria en Escocia, en mayo de 2021, entregue un mandato contundente a los separatistas. En tal caso a Johnson puede resultarle imposible oponerse a un plebiscito independentista, porque la opinión pública británica es bastante comprensiva del separatismo escocés y no toleraría una confrontación como la de Cataluña.

Para protegerse de un ascenso del separatismo escocés (que sin duda se trasladaría a Irlanda del Norte), Johnson tiene que evitar cualquier posibilidad de un revés económico o una crisis financiera relacionados con el Brexit. El mejor modo de hacerlo es mantener las negociaciones sobre la relación futura del RU con Europa fuera de los titulares, haciéndolas tan tediosas y pacíficas como sea posible, y demorar las decisiones más difíciles lo más que pueda.

Anatole Kaletsky, economista principal y copresidente de Gavekal Dragonomics, es autor de Capitalism 4.0, The Birth of a New Economy in the Aftermath of Crisis [Capitalismo 4.0: el nacimiento de una nueva economía después de una crisis].

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