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La nota roja es perversa

Periodistas de Canal 10 durante un plantón en defensa de la libertad de prensa, este miércoles afuera de sus instalaciones. Carlos Herrera | Confidencial

Guillermo Rothschuh Villanueva

14 de octubre 2018

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“Hablamos mucho acerca de nuestro derecho a la

libertad de expresión, pero necesitamos hablar más


de nuestra responsabilidad con la libertad de expresión”.

Monica Lewinsky

 

Las protestas y demandas desencadenadas a partir de abril han reconfigurado el rostro de Nicaragua. Nada es igual. Los efectos devastadores sobre la economía pican y se extienden. Los registros de The Economist Intelligence Unit y del Fondo Monetario Internacional (FMI) coinciden: el país experimentará en 2018, un decrecimiento del 4%. La inestabilidad política, la diáspora, el cierre de empresas, la caída estrepitosa del turismo y la pérdida de más de trescientos mil empleos afectan a millares de nicaragüenses. Entre más pronto se pavimente el camino hacia la negociación —tienen que crearse condiciones mínimas para lograrlo— menores serán los costos humanos y el desgaste económico. Una de las mudanzas visibles ha sido la reformulación de la política informativa de Acción 10, con relación con la nota roja.

Una preocupación lógica es que una vez que el país haya regresado a la normalidad, los directivos de Acción 10 den marcha atrás. Un retorno innecesario. Suficientes argumentos se han vertido para demostrar el carácter infamante de la nota roja. ¿Será que los dueños de canal 10, habiendo constatado los altos índices de audiencia logrados durante los cinco meses y pico que llevan las protestas, decidan mantener inalterable la nueva propuesta informativa? Aunque la contienda por lograr ratings más elevados, siga siendo el santo y seña —la brújula que marca el norte de los dueños de los medios, sobre todo de los canales televisivos— los resultados no deben ser a costa de violar derechos humanos básicos. Una demanda insistente durante estos meses, es que nadie puede colocarse por encima de los derechos que asisten a todos.

Si los dueños de canal 10 vuelven sobre sus pasos, implicaría un retroceso y perderían todo el espacio ganado con legitimidad. No hay duda que los nicaragüenses pensarían que se montaron en las olas de protestas con la intención de ganar rating y no con la finalidad de contribuir a concretar las demandas de democratización. Simple cálculo, puro y duro. El apoyo de miles de personas a Mauricio Madrigal, director del noticiero Acción 10 y a su equipo periodístico, no puede interpretarse como un cheque en blanco. Las demostraciones de afecto están motivadas por los nuevos compromisos informativos asumidos en el momento que más se requería. No por otras razones. Los periodistas de Acción 10 han demostrado que están preparados para competir con éxito en los nuevos tiempos que se avecinan para la prensa en Nicaragua.

La nota roja en su esencia es perversa e inhumana. A través de todos estos años ha quedado en evidencia que no tiene otra finalidad que hacer escarnio de los sectores más empobrecidos. Ensañarse con los desvalidos. Airear sus conflictos de la manera más descarnada. ¿Cómo no van a entenderlo los periodistas formados en las aulas universitarias? Las lecciones recibidas sobre la importancia que la prensa no vulnere los derechos humanos son pasadas por alto. Parecieran refocilarse en la desgracia ajena. A los entusiastas de la nota roja no les gustaría ver retratadas en las pantallas a sus familiares. No al menos de la misma forma que exponen las desdichas de los pobres. Siempre he visto como un contrasentido asistir a la universidad, para luego desvirtuar en la práctica una de las profesiones más nobles del universo.

Los noticieros televisivos violan el principio de inocencia. No les importa incriminar a los detenidos sin haber sido enjuiciados muchos menos sentenciados. Con su conducta —lo deseen o no— se convierten en transgresores de la ley. Igual que la policía. Nicaragua vive un momento de grandes redefiniciones. El periodismo pasa por iguales circunstancias. La toma de conciencia abarca a toda la sociedad nicaragüense. Nadie es ajeno a todo cuanto ocurre. Los diferentes estamentos sociales, educativos, religiosos, económicos, culturales, policiales y militares, están siendo interpelados todos los días. Su ayuda para entender lo que está ocurriendo es invaluable. Ningún sector puede alegar que no estaban claros, ni dimensionaban los hechos que hacen y continúan haciendo convulsionar y sacuden al país. Nadie les creería.

Hay que desconstruir y dejar al desnudo el argumento del que se valen los apologistas de la nota roja. De lo único que se han preocupado es mostrar a los pobres en su desamparo. La forma que exponen los acontecimientos y la manera como presentan a las personas involucradas en hechos de sangre, más bien tienden a revictimizarles. Los artífices de la nota roja son sus verdugos. Les exponen como personas irredentas e irredimibles. Jamás han hecho campaña contra el alcoholismo. Rones y cervezas más bien constituyen fuentes generosas de ingreso. En un país con altísimos índices de pobreza, lograron que los agraviados se constituyeran en el grueso de sus seguidores. ¿Qué bondades atribuir a la nota roja para esgrimirlas a su favor? ¿Con qué intención fijan la cámara sobre el pavimento enrojecido por la sangre? Una tragedia.

La nota roja es el carrusel de la pobretería, en una época donde predominan las pasarelas. El desfile cotidiano ante las cámaras de personas detenidas y acusadas por diversos delitos, constituye parte sustantiva de su propuesta informativa. Es el minuto de fama que conceden a los pobres. La presentación cotidiana de este sector socioeconómico constituye un mensaje condenatorio. Al aparecer en las noticias las como delincuentes —tal vez de manera inconsciente, aunque tengo mis reservas— el mensaje que envían a la sociedad nicaragüense, es que se trata de un sector social incapaz de toda redención. No existe forma que el mensaje sea interpretado de otra manera. Así lo leen incluso quienes son exhibidos como malhechores antes de ser juzgados. La condena es casi inapelable. Nunca les han invitado a ser otros.

Durante más de diez años he venido preguntándome, ¿por qué las organizaciones defensoras de los Derechos Humanos no se interesan por realizar investigaciones para determinar los principios éticos y derechos humanos que violan? Contribuirían para preparar seminarios de capacitación profesional. No se trata de poner a los panegiristas de la nota roja en el banquillo de los acusados. Más bien deben estar orientadas para servir como punto de partida y puedan percatarse —en su justa dimensión— del daño sicológico y moral que ocasionan. Los cambios en la política informativa de Acción 10 son el mejor termómetro. Sirven para apreciar que no perdieron audiencia. La lucha cívica debe ser aprovechada para que el viraje informativo continúe y se profundice. ¿Lo intentarán? Al menos así quiero creerlo.

Ningún noticiero que pretenda incidir en la marcha de la sociedad, puede asumir la nota roja como columna vertebral de su oferta informativa. El mismo director de Acción 10, Mauricio Madrigal, se plantó y abogó a partir del mes de abril, por un replanteamiento de la política informativa de Acción 10. Hoy cuenta con suficientes argumentos para validar que tenía la razón. La otra Nicaragua requiere de un periodismo altamente profesional, interesado en abordar los temas más urgentes de la agenda nacional. Con nuevos temas y actores. La gran tentación puede ser regresar al punto de partida —sobre todo ahora que los medios han perdido la casi totalidad de sus anunciantes— he insistir en la vieja y ofensiva versión de la nota roja. ¿Podrán vencer el acecho de los demonios del mercado? ¿Estarán dispuestos a enfrentarlos?

Si de algo está consciente la ciudadanía, es que la autorregulación no funciona. No por inmadurez. El único sector al que la prensa guarda respeto en su tratamiento informativo es a la niñez y adolescencia. Después de haber participado en seminarios y posgrados, concebidos conjuntamente por la extinta Facultad de Comunicación de la UCA, Save The Children, Dos Generaciones y Unicef, los periodistas fueron tomando conciencia de la necesidad de respetar los derechos humanos de un sector etario que merecía un trato digno. Un logro importante fue la elaboración del Código de Ética de la Niñez y Adolescencia, suscrito por más de trescientos periodistas, cuyas normas tratan de respetar. La inexistencia de leyes de prensa compromete al periodismo nicaragüense a ser garantes y respetuosos de los derechos humanos.

Una debilidad de los impulsores de la nota roja, ha sido su falta de autocrítica. ¿Cuándo van aceptar que se equivocaron o que se autocritiquen? Ante la inobservancia de los principios éticos, el filósofo venezolano Antonio Pasquali se preguntó en algún momento, si no había llegado la hora de hacer a un lado la ética —que nunca se cumple— y pasar a la redacción de leyes prensa, que contemplen sanciones contra los periodistas que violen impunemente los derechos humanos. En las condiciones actuales sería trágica —ni al mismo gobierno le interesa— la promulgación de leyes que se entrometan con el ejercicio del periodismo. Una verdad que impone un comportamiento de estricta observancia de los derechos humanos de todos los nicaragüenses. Las redes sociales han enrarecido aún más el ambiente.

En el nuevo escenario se vuelve inevitable abrir un gran debate público, la nota roja hizo metástasis, el cáncer se extendió por toda Nicaragua. El peor mal que los apasionados de la nota roja —Acción 10 y Crónica TN 8— han causado a los periodistas, ha sido servirles como modelo en diferentes noticieros departamentales. Una discusión abierta. En ella están llamados a participar en pie de igualdad. Son quienes más tienen que decir. Las universidades o los centros de pensamiento deberían constituirse en abanderadas y convocar a estudiantes de periodismo y/o comunicación, periodistas, organizaciones feministas, académicos, juristas, religiosos, dueños de medios, organismos defensores de los derechos humanos, etc. Se trata de hacer un ejercicio democrático urgente y saludable. Cuanto antes, mejor.


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Guillermo Rothschuh Villanueva

Guillermo Rothschuh Villanueva

Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.

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