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La fórmula del terror y su fracaso

Los tranques que Ortega no tiene como desmontar, son los que hay en los corazones de millones de nicaragüenses

Los tranques que Ortega no tiene como desmontar

Juan Sobalvarro

25 de julio 2018

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En la historia, muchas dictaduras se han sostenido gracias al terror. En Nicaragua ya tuvimos a los Somoza practicando metódicamente el crimen por largos años. También sabemos que las dictaduras perduran cuando los pueblos pierden su dignidad y su decencia. La dignidad y la decencia se pierden cuando se acepta la sumisión frente a un poder abusivo o cuando a favor de recibir premios de parte de los poderosos, elegimos ser indiferentes a cualquier abuso.

Esas dos cosas, valiosísimas a los pueblos, dignidad y decencia, no se recuperan el día de la libertad, se recuperan antes, es los días más oscuros, cuando el pueblo se subleva y emprende una lucha irrevocable.


Cuando esas rebeliones estallan, los gobiernos represivos recurren a la fórmula del terror y despliegan toda su violencia. Buscan ellos apagar las ansias de libertad a punta de metralla y tortura. Empiezan por una cacería generalizada, pasan por acosar, y a veces silenciar, a personas que van perfilándose con liderazgo en la resistencia. Y muchas veces logran su objetivo: replegar o someter el levantamiento.

Lo determinante es, qué tan íntima, qué tan profunda es la decisión del pueblo. En Nicaragua sabemos que si la decisión que el pueblo ha tomado es definitiva, no hay vuelta atrás. Sabemos que cuando esa decisión está tomada, el camino, largo y difícil, solo tiene un final.

No está demás repetirlo, ese único final, todos en el país lo sabemos, principalmente Daniel Ortega y su comandancia de sicarios. Ortega sabe que aunque logre replegar al pueblo, que aunque logre que todos se metan en sus casas, que aunque logre desmontar todos los tranques y aunque siga matando entre una a veinte personas por día, la decisión del pueblo está tomada.

A las trincheras finales donde Ortega no puede llegar es a la de los corazones. Los tranques que Ortega no tiene como desmontar, son los que hay en los corazones de millones de nicaragüenses, que han dictado la sentencia de su salida del poder. La salida de él y de los serviles que aún lo acompañan.

Ahí, donde palpita cada corazón libre, es donde fracasa para siempre la fórmula del terror. Y, en ese fracaso, el terror regresa al tirano, porque sabe que no puede desmontar el deseo de libertad de un pueblo. No hay fórmula, ni bala, ni tortura, ni dinero, ni lámina de zinc que logre que un pueblo renuncie a su libertad.

Es lo que se vio en Masaya el pasado 13 de julio, cuando el dictador llegó con su caravana de sicarios a la aguerrida ciudad. Las puertas cerradas de las casas podían hacer creer que el dictador había ingresado a una ciudad fantasma, pero él sabía perfectamente que no era así, sabía que detrás de cada puerta había puñados de corazones latiendo y conteniendo su aborrecimiento.

Los masayas se lo dejaron claro a Ortega, podrá entrar a la ciudad, pero no al corazón de sus habitantes. El corazón de los masayas, y el del pueblo de Nicaragua, están cerrados definitivamente para el tirano.

Otra escena en la que se manifestó el aborrecimiento que el pueblo siente por la dictadura, y que no debe ser vista como un episodio ligero, fue la expulsión de un supermercado capitalino que vivió Edwin Castro, probablemente el número uno en el escalafón de serviles al servicio de Daniel Ortega. Al eterno diputado Castro, la población no lo dejó hacer sus compras, y entre ciudadanos que le ofrecían una golpiza o que educadamente le orientaban el camino, lo condujeron hasta la salida. Esa salida es más que significativa, porque un país no es solo un espacio geográfico, es sobre todo el corazón de su gente. Y ningún poder sobrevive rodeado de millones de corazones que lo aborrecen.

El opresor recurre a la fórmula del terror porque no tiene otra idea o forma de sostenerse en el poder. Pero sabe que la violencia que él aplica contra el pueblo, no es más que abono para la rebelión.

En el caso nuestro, el de Nicaragua, tenemos a un dictador que ha sabido siempre de ese repudio mayoritario. Lo ha tenido tan claro que para su retorno y su sostenimiento en el poder, ha tenido que recurrir a una continua ilegitimidad que pasa por el chantaje político, la violencia y la violación a la Constitución de la República.

Igual sabe el dictador que es inherente a la humanidad del nicaragüense la no sumisión; que por mera supervivencia los nicaragüenses actúan en contra de la represión, y que a mayor grado de represión, mayor será la resistencia. Sabe que ese aborrecimiento que se reparte en millones de corazones, no dejará de dar frutos, seguirá multiplicándose, por eso es que la fórmula del terror es en sí la fórmula del fracaso.

Además, hay algo que Ortega parece no saber, y es que el mundo ha cambiado, que la existencia de un gobierno que se ensaña contra su pueblo, con alto grado de criminalidad, como el suyo, es intolerable para el mundo contemporáneo. De modo que a ese frente, profundo e íntimo, que es el desprecio que el pueblo siente por su gobierno, ahora debe sumarle el repudio de la comunidad internacional, a la que no tiene cómo engañar, ni cómo masacrar.

Así que, todos los escenarios que un gobierno necesita para sobrevivir en el mundo actual, le son adversos al gobierno de Daniel Ortega. Otra vez, él parece no saberlo.

Dependiendo de nuestra percepción o elección, podríamos pensar que el terror oxigena al tirano, pero no nos equivoquemos, no hay que confundir suspiros con estertores.


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