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Israel y Líbano al borde de otra guerra

Los bíperes explosivos: el golpe de la Inteligencia israelí contra Hezbolá desata una nueva escalada la región

En una cafetería en el suburbio sur de Beirut, Líbano, observan un discurso del secretario general de la organización libanesa Hezbolá, Hassan Nasrallah. Foto: EFE

Martín Schapiro

22 de septiembre 2024

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Desde una ubicación desconocida, el líder de la organización libanesa Hezbolá, Hassan Nasrallah, repetía esta mañana líneas que, en los últimos meses, ya son familiares. Prometió venganza. No dio detalles del momento o modo en que lo hará. Señaló que Israel había cruzado “todas las líneas rojas” y volvió a afirmar el inevitable triunfo de la resistencia. Sus palabras se asemejaron demasiado a las pronunciadas apenas semanas atrás por él mismo y por los líderes iraníes, cuando en sendos ataques, las fuerzas israelíes asesinaron a Fuad Shukr —uno de los principales líderes militares de la organización— en su bastión en Beirut y, menos de 24 horas después, al líder de Hamas, Ismail Haniyeh, en un predio de las Fuerzas Armadas del régimen iraní, en Teherán. Una señal de impotencia ante un enemigo que, una vez más, le provocó una humillación simbólica y material a partir de una operación de inteligencia sofisticada.

En febrero, Nasrallah había instado a los libaneses a abandonar sus celulares, temeroso de nuevas tecnologías de espionaje que permitían a su enemigo israelí acceder a los datos y ubicación de los integrantes del grupo. Se volcaron a dispositivos más rústicos como localizadores y dispositivos de radiofrecuencia. Los medios internacionales de investigación dan cuenta de una minuciosa operación israelí, que incluyó la constitución de una empresa de fachada que producía estos dispositivos, y que incluso vendió bíperes para clientes particulares antes de dar con su objetivo, la red de adquisiciones de Hezbolá. El martes, los localizadores de los integrantes del grupo libanés recibieron un mensaje y explotaron en simultáneo con pequeñas cargas explosivas cuya colocación fue unánimemente adjudicada por la parte israelí. Al día siguiente, fueron los equipos portátiles de comunicación por radio los que explotaron, causando un número aún mayor de bajas. Si bien los ataques causaron víctimas civiles, entre los que destaca tristemente una niña de apenas nueve años, la abrumadora mayoría de los afectados, tanto muertos como heridos, fueron operativos de Hezbolá que tenían en su poder los dispositivos, que sólo eran entregados a miembros del grupo.

La atención del mundo, justificadamente, se desplazó en estos meses entre la barbarie del 7 de octubre —y las decenas de rehenes que aún esperan su liberación— y la devastación y catástrofe humanitaria en Gaza, con decenas de miles de muertos. La frontera sur israelí y la Palestina ocupada. El corazón de una guerra brutal y asimétrica. Sin embargo lejos de la mayor parte de los flashes, incluso antes de cualquier represalia israelí por el ataque de Hamas, el riesgo en la frontera norte, que divide a Israel de Líbano, obligó a la evacuación de más de 60 000 israelíes que, desde hace casi un año, no han podido regresar a sus hogares. El área fronteriza es, desde entonces, escenario de un conflicto de mediana intensidad cuyas reglas de involucramiento han escalado progresivamente sin llegar a convertirse en una guerra abierta que, de acuerdo a los reportes, no quería ninguna de las partes. En los últimos meses, aquello parece estar cambiando.

Hezbolá fue creado como milicia religiosa en el marco de la guerra civil y ocupación del territorio libanés a principios de la década del 80 por clérigos chiítas locales, con activa participación, financiamiento y de acuerdo al modelo iraní y con permiso de las fuerzas sirias que invadieron Líbano. El grupo ofició como representación árabe chiíta en el faccioso conflicto de aquel país. Fue responsable de un ataque contra la fuerza multinacional formada tras el primer acuerdo de cese de fuego entre Israel y la OLP palestina en 1981, dejando cientos de muertos entre soldados estadounidenses y franceses y forzando su eventual retirada, y se convirtió en el principal enemigo de la fuerza militar israelí que permaneció en el país hasta el 2000, a partir tanto de acciones militares como de terrorismo contra civiles. La presencia israelí en el territorio fue la excusa de Hezbolá para permanecer como la única milicia libanes que no se desarmó tras los acuerdos de Taif que pusieron fin a la guerra civil en 1990.


El marco de la ocupación de los territorios palestinos puede inducir a un error severo a la hora de entender la situación dentro de las fronteras de Líbano. Desde 2000, cuando Israel retiró sus fuerzas del sur de Líbano, no hay ocupación alguna que justifique la existencia de una milicia irregular, cuyas fuerzas se estiman sensiblemente mayores a las del propio Ejército libanés. La ocupación israelí en el sur de ese país, a diferencia de los territorios palestinos, fue estrictamente militar, y nunca estuvo acompañada de una empresa colonizadora y de expansión territorial como la existente en Cisjordania. Convivió, además, con una inmersión mucho más intensa de otro Estado extranjero, Siria, cuyas fuerzas permanecieron en Líbano durante cinco años más, y que practicaron una intromisión colonial mucho más intensa en el pequeño país, donde se les atribuye estar detrás de numerosos asesinatos de alto perfil como el del presidente Bashir Gemayel y el primer ministro Rafik Hariri, que terminó finalmente con la ocupación extranjera. El propio Hezbolá no es exactamente un actor libanés en el sentido en el que Hamas o la OLP son grupos palestinos. Si bien no son lo mismo, y mantienen independencia orgánica, Hezbolá tiene un alto grado de dependencia política y operativa de la República Islámica de Irán, y ha actuado en ocasiones como espada de los intereses del régimen sirio encabezado por Bashr Al Assad, a cuyo lado combatieron en la guerra civil siria iniciada en 2011.

En paralelo a su actividad paramilitar y terrorista, el grupo funciona también como partido político, cuyo bastión es siempre la población chiíta, afincada principalmente en el sur del país, con el apoyo adicional de una minoría de la población cristiana. Ese doble carácter le permite sostener una cierta legitimidad como organización política que, junto a su fuerza militar, lo convierte en el más decisivo de los actores de la política libanesa. El grupo ha navegado esa ambigüedad para hacer crecer su influencia política mientras fortalecía sus capacidades militares, incluyendo la experiencia militar de sus integrantes durante la guerra civil siria y la guerra con Israel en 2006. En aquel momento, la distinción entre Hezbolá y el Estado libanés permitió preservar en alguna medida el territorio y las fuerzas de Líbano durante la última guerra con Israel, en la que Israel, presionado por la comunidad internacional, aceptó un alto al fuego sin ganar de forma clara. Un resultado indeterminado, con las posiciones de cada parte estancadas. El relato de una victoria relativa frente a una gran potencia militar, en paralelo al decidido apoyo iraní, permitió consolidarse como la principal amenaza bélica para Israel, aunque la devastación causada por aquella guerra en la parte del territorio que controla, lo persuadió de buscar una nueva confrontación.

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Los atentados del 7 de octubre del último año pusieron final a ese status quo, aunque generaron uno nuevo, mucho más incómodo e inestable. Muchos analistas temían que la represalia israelí diera lugar a una guerra regional más extendida, involucrando a todos los actores vinculados a Irán e, incluso, a la propia república islámica. Si bien los hutíes, de Yemen, las milicias chiítas iraquíes y Hezbolá atacaron sistemáticamente posiciones israelíes y occidentales, aunque ninguna de las acciones tuvo la capacidad para influir en modo alguno sobre el comportamiento de Israel en Gaza. En particular, la acción de Hezbolá generó constantes episodios de violencia en la frontera entre Israel y Líbano, obligando a decenas de miles de desplazamientos y generando decenas de muertos del lado israelí, incluyendo doce niños drusos que jugaban al fútbol, y cientos de víctimas del lado libanés en acciones de respuesta, mayoritariamente combatientes de Hezbolá pero también decenas de civiles.

Las explosiones de esta semana parecen marcar una nueva escalada en la inestable situación en la frontera libanesa. La confianza de las autoridades israelíes, luego de varios asesinatos de alto perfil de jerarcas de Hamas y Hezbolá e incluso de militares iraníes, tanto en Líbano como en Irán, es alta. Apuestan a forzar el retorno seguro de sus ciudadanos desplazados a sus hogares y entienden que el cálculo de riesgo está de su parte. La cautela de octubre, con los esfuerzos enfocados en Gaza, dio lugar a una cada vez mayor asertividad israelí, que de momento fue respondida con violencia pero con cierta impotencia, tanto en Líbano como en Teherán.

El ministro de Defensa israelí, Yoav Gallant, dejó claras las intenciones de trasladar la guerra al norte en caso de que los desplazados israelíes no puedan volver a sus hogares por las amenazas del otro lado de la frontera. En su discurso tras el golpe recibido, Nasrallah no pudo fijar ni formas ni acciones para una represalia a la altura del sufrido, que seguramente deba evitar si no quiere desencadenar él mismo una guerra. Sin embargo, reafirmó también que su organización no permitirá que los desplazados vuelvan a sus hogares en los términos exigidos por Israel.

Así las cosas, y como sucedió con cada uno de los golpes simbólicos israelíes, Hezbolá sale debilitada y desprestigiada, pero no derrotada, y la organización es un actor militar mucho más fuerte y capaz que Hamas. Por su propia narrativa, difícilmente acceda a concesiones sin obtener algo que relatar a cambio. Ausente un cese de fuego en Gaza, que devuelva a los rehenes y preserve a los civiles palestinos (hoy lejano) que devuelva cierta tranquilidad a la región. Israel y Líbano al borde de otra guerra que ningún actor externo desea pero tampoco parece poder evitar.

*Artículo publicado originalmente en Cenital.

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Martín Schapiro

Martín Schapiro

Abogado argentino especializado en relaciones internacionales. Fue asesor en asuntos internacionales del Ministerio de Desarrollo Productivo de Argentina y subsecretario de Asuntos Internacionales de la Secretaría de Asuntos Estratégicos.

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