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El año en que nació el demonio

El año en que nació el demonio es una novela desacralizadora. Una apuesta valiente del escritor peruano Santiago Roncagliolo

Guillermo Rothschuh Villanueva

17 de septiembre 2023

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“Estoy solo. Todas las ideas que me acompañaban me han abandonado”, Santiago Roncagliolo

Desde que comencé a leer el informe presentado por el alguacil Alonso Morales, rindiendo testimonio ante el Consejo Supremo de la Santa y General Inquisición, me dejé arrastrar por su perorata. Su apasionamiento y febrilidad eran propios de un convencido guardián de la fe. Sentí que estaba frente a un ser humano en estado de gracia. Sin atenuantes, propinaba mandobles a infieles, apostatas y renegados. La contundencia de su informe, narrando de manera prolija el nacimiento del diablo en Lima, Ciudad de Reyes, me hizo pensar que se trataba de un alma pura, enfrentando a satanás, para escarnio de una horda de inmorales y corruptos. A nadie más podía atribuirse semejante tarea. Solo un practicante excepcional de los sacramentos, estaba llamado a resguardar los principios cristianos. Muy consecuente con el cargo de Alguacil del Santo Oficio.


No dejó de llamar mi atención que el nacimiento del maligno, ocurriera en el convento de Santa Clara, un lugar revestido por la gracia divina. ¿Las monjas clarisas no se mostraban respetuosas de su investidura? ¿Cómo era posible que el parto irregular fuese en una casa destinada a la conservación y difusión de la fe? Para entrar al lugar y enfrentar su aparición, Alonso pronunció unas palabras que se transformaron en ábrete sésamo: —¡Alguacil del Santo Oficio! ¡Abrid en nombre de Nuestro Señor! Ejercía su autoridad con firmeza. Valoré su rectitud y entrega. Nadie podía dudar, menos yo, que intercedía con el ánimo de conjurar un suceso que restaba y ponía en duda la bondad de las monjitas. Para esas eventualidades se había integrado como parte del cuerpo de legionarios, enemigos a muerte de quienes retaban la primacía de Dios. Alonso llegaba para conjurar el mal. 

Me dejé llevar por la vehemencia de los argumentos vertidos por el delegado eclesial. Disfrutaba sus requiebres y altanería como miembro del Santo Oficio. La novela de Santiago Roncagliolo, El año que nació el demonio, (Seix Barral, 2023), me supo original, gratificante. Un mamotreto de 555 páginas, no resulta cansino. Todo lo contrario. Me apetecía descubrir su ingeniosidad y capacidad para urdir una obra de semejante calado. La recreación de hechos concebidos por una imaginación delirante, vienen refrendados por una amplia bibliografía. El peruano trae de regreso acontecimientos, cuya crueldad estremeció a fieles e infieles. La Inquisición es uno de los capítulos más siniestros del catolicismo español; también causó estragos en América. Un pasado del que tal vez muchos quisieran olvidarse. Especialmente miembros de la Iglesia católica.

En la medida que navegaba sobre las turbulencias de sus aguas, fui percatándome de la sinceridad apabullante de Alonso. Enemigo jurado de las mentiras, no solo develaba las infamias en que incurrían personeros de la Corona española. También desnudaba las tropelías cometidas por los curas, llamados cómo estaban, a ser consecuentes y actuar apegados a los mandamientos cristianos. Amante de la verdad, no ocultaba su condición humana. Menciona sus caídas y recaídas. Sus ímpetus de macho cabrío. Las violaciones constantes que cometía por sus inclinaciones libidinosas, entraban en contradicción con las prescripciones que estaba obligado a cumplir. Su actitud le convierte en personaje adorable. Sin duda, quien es capaz de referir sus vicios y corruptelas, ante el más alto tribunal de la inquisición, merece que le demos crédito a todo cuanto dice.

En El año que nació el demonio, uno transita de perplejidad en perplejidad. Jamás dejamos de sorprendernos. Las aberraciones es asunto de todos los días. Roncagliolo confirma su oficio de novelista consagrado. Con pulcritud, teje un cuadro patético. Inolvidable. Ni los más encumbrados representantes de la santa madre Iglesia salen ilesos. Todos resultan implicados. Incluyendo las esposas de altos dignatarios de la Corona. Parían e iban a depositar sus criaturas en manos de las monjas. Una cadena de violaciones y rupturas de juramentos sagrados. La mayoría de las transgresiones resultan inesperadas. La que resulta imposible obviar es la del más alto dignatario del Santo Oficio, un fornicario que alega en su defensa, haber violado los deberes y la dignidad del cargo, tentado por el demonio. Un pretexto que todos esgrimen para justificar sus andanzas mujeriegas.

II

El nacimiento de una figura horripilante, en el lugar menos indicado, sirve como detonante. Originó un texto que ciertas almas piadosas verán de reojos. Un alegato para poner en evidencia los miasmas y podredumbres de los que son portadores los miembros de más alta jerarquía social, política y eclesiástica peruanas. A partir del día que avisaron a Alonso del extraño fenómeno ocurrido en el convento de Santa Clara, todo empezó a ser distinto. La fetidez empozada salió a flote. Con elocuencia de letrado en extravíos pecaminosos, hechicerías y amancebamientos, Roncagliolo se mete en el pellejo de indios y negros, llevados al potro, donde aceptaban haber cometido delitos concebidos únicamente en la mente calenturienta de los santones agrupados en el Santo Tribunal. Tenían el encargo de mantener la pureza, para gloria de Dios y la virgen María.

El escritor peruano Santiago Roncagliolo. Foto: Tomada de Yahoo Noticias

El peruano corre el velo para que apreciemos en toda su extensión, el comportamiento del representante del rey, sacerdotes católicos, caballeros y damas de alta alcurnia, servidores públicos, negros, indios, alguaciles, alcaides y portaestandartes de la Inquisición. El desenfreno sexual que norma su conducta, es atribuido a las mujeres. Son las responsables, desde Eva hasta el presente, de inducir a los hombres a tentar a la serpiente, para engatusarlos y caigan rendidos en sus redes. Esto piensa Gaitán, director de la congregación para la Sagrada Doctrina, con intención de expiar sus culpas. La responsabilidad siempre es ajena. Nunca es propia. Ante tanto bochorno, Alonso queda convencido, “que el catecismo es un embuste de virreyes y sacerdotes, un engañabobos para justificar su influjo sobre las almas de los pecadores”. Su fe se había visto desfondada.

El desencanto proviene de la inconsecuencia con que se comportan, los llamados a mostrar conducta decorosa. La duda consume la vida de Alonso. Nada de lo que practican, armoniza con sus prédicas diarias. Una dualidad increíble. Muchas veces el conocimiento de la verdad conduce a la desilusión. Al empecinarse por averiguar quién era su padre, Alonso termina descubriendo que era hijo del cura Melchor de Amusco. Se trata de uno más que justifica su actitud de haber sido tentado por el demonio. Su madre, practicante fervorosa, se encamó con Gaitán. Otra decepción. Una practicante obstinada había incurrido en pecado nefando. Ella lo había convencido de la urgencia de transitar por los caminos del Señor. Al final comprende que su madre se había prostituido para insertarlo en la nomenclatura eclesiástica, en una sociedad que repelía a los pobres.

Mientras escarbaba por conocer los nombres de los implicados de violar los cerrojos del convento Santa Clara y de haber embarazado a la novicia, Ignacia, Alonso se entera que fue Gonzalo de la Maza, el contador y hombre de absoluta confianza del Virrey. El mismo Alonso era un pecador reincidente. Igual que Gonzalo de la Maza, se introducía al convento por las noches. Al momento de conocer a la mulata Jerónima de San Francisco, la noche que llegó a cerciorarse del nacimiento del maligno, quedó prendado de su belleza y empezó a acostarse con ella. La mulata le perturbaba el ánimo. Lo hizo trastabillar y perder el cargo. La monja Jerónima compartía cama con Amencia de Sosa, la abadesa del convento. Hizo arder en celos a Alonso, al elogiar a Jerónima, por la cadencia embrujante que batía el cuerpo, nadie lo hacía mejor que ella.  

Don Francisco Borja y Aragón, gentilhombre de cámara de Felipe III, virrey del Perú, aficionado a las corridas de toros, poeta diletante y entusiasta de las obras de teatro, su mayor deleite era salir de cacería por las noches, con la finalidad de yacer con hembras placenteras. De la Maza, ya converso, adjuraba por haberse encamado con Ignacia y le reprochaba a Alonso, de haber pasado de alguacil del Santo Oficio, a convertirse en guía oficial del virrey por los lupanares de Lima. Un hombre templado al cien, salía desaforado para follarse a cuanta mujer tuviese enfrente. Alonso lo conducía diligente, única forma de continuar gozando las prerrogativas de la corte. Un mecanismo eficaz para evitar la insidia de Gaitán, enemigo jurado del virrey. Las conspiraciones eran el pan nuestro de todos los días, entre los afectos y desafectos de Borja y Aragón.

Entre tanta desolación y descomposición, solamente la beata Rosa Flores de Oliva, (llamada hechicera por el arzobispo y el santón de la inquisición), se conducía de forma ejemplar. Sus milagros eran conocidos por la pobretería. Como su número de seguidores crecía, más decidido se mostraba Gaitán por llevarla a la hoguera. Rosa tenía un alma pura. Dedicada por entero servir a los demás, los padres dominicos decidieron acogerla con el grado de terciaria. Cada parroquia vivía de la limosna de los fieles, esto suponía que “una milagrera como Rosa”, atraería muchedumbres. A pesar de sus dudas y contradicciones, sola una certeza abrigaba Alonso: los libros sagrados “estaban llenos de mentiras escritas para beneficio de sus autores, no del Señor”. Sin duda, El año en que nació el demonio, es una novela desacralizadora. Una apuesta valiente. Perturbadora.

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Guillermo Rothschuh Villanueva

Guillermo Rothschuh Villanueva

Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.

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