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Abril 2023, cinco años después: los retos para lograr la salida de Ortega

Urge una estrategia nacional de resistencia de mediano plazo y relanzar la presión de la comunidad internacional

Abril 2018

La Rebelión de Abril de 2018 sigue marcando la vida de los nicaragüenses. Foto: Confidencial | Archivo.

10 de abril 2023

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Han pasado cinco años desde el estallido de la Rebelión de Abril en Nicaragua. Una insurrección cívica que demandó el fin de la dictadura con democratización y justicia, y fue aplastada por el recrudecimiento de la represión por el régimen de Daniel Ortega.

Lamentablemente, la realidad enseña que la continuidad autoritaria es la tendencia dominante en el país, y no se vislumbran grandes opciones de cambio en el corto plazo. Las fuerzas mayoritarias que  pueden cambiar el balance de poder, para despejar el camino hacia la transición democrática electoral, en 2023 o en 2026, están dispersas, reprimidas bajo un estado policial, y carecen de una estrategia coordinada de resistencia y cambio político. A pesar de contar solamente con un apoyo minoritario, el balance de poder favorece al régimen que controla el aparato represivo y cuenta con los recursos económicos para mantenerse en el poder e intentar una sucesión dinástica.


Los cambios necesarios para lograr al menos un balance del poder 50-50% son muchos. A pesar de la reciente excarcelación del liderazgo político nacional, se mantiene un vacío para debatir una estrategia y un plan de acción para alinear las tendencias del cambio político.

Hay un vacío, además en el contrapeso de la comunidad internacional y del grupo cívico democrático nicaragüense para definir una estrategia de mediano plazo que revierta esta situación, y coloque la crisis de Nicaragua en un nivel superior de las prioridades de la agenda global, mientras se subordinan los egos e intereses de grupos por el interés nacional.

El tipo de régimen de Daniel Ortega

El régimen de Daniel Ortega se encuentra en una etapa de consolidación de un sistema dinástico, autoritario y totalizante.  Esta consolidación tendrá consecuencias dramáticas para la sociedad nicaragüense desde muchos ámbitos (retraso económico, migración, crisis humanitaria interna, cultura de miedo, violencia e indiferencia). 

A estas alturas solamente la élite del gran capital no ha sido directamente afectada porque la lectura del régimen es que estos representan un mal económico necesario, del cual llegarán a deshacerse una vez que el sistema haya consolidado su propia élite la cual está en construcción. La criminalización de la democracia y la radicalización autoritaria son exageradamente desgastantes y destructivas y tienen a los nicaragüenses en busca de salidas del país o de soluciones externas.

Un apetito regional por evitar continuar con los candados democráticos

Aunque el contrapeso internacional es de vital importancia, desde la región latinoamericana el poder del músculo político del sistema Interamericano en la OEA ha sido débil.  Desde el lado de Estados Unidos y Canadá, la presión se ha enfocado en las sanciones internacionales individuales y sectoriales, pero con poca continuidad. 

El menú de opciones de presión no se ha utilizado en pleno en lo que respecta al incumplimiento de Nicaragua con los acuerdos de CAFTA, con el combate contra la desinformación, la amenaza rusa, las sanciones contra los cientos de violadores de derechos humanos y cómplices de corrupción, entre otros aspectos, todos aspectos cubiertos por la Ley Renacer de Estados Unidos.

En Centroamérica y la región Latinoamericana en general, muy pocos países están dispuestos a presionar al régimen de Ortega.  La mayoría muestra un apetito por evitar los candados del Estado de derecho democrático, que por ser fiel a estos principios. Países vecinos como El Salvador, Guatemala, y Honduras, que podrían ejercer gran presión sobre Ortega, están más apegados a la obsesión por un ‘presidencialismo imperial’ cooptando las instituciones políticas del país, desprestigiando a los oponentes, metiéndoles acusaciones falsas, para después ir criminalizando los derechos constitucionales y eliminar la disidencia. 

Fuera de la región, las tensiones políticas han distraído la atención sobre el radicalismo orteguista: la inestabilidad política de Perú, Ecuador, y Bolivia no dan señales de cambio en el corto plazo. La crisis humanitaria de Haití refleja pocas opciones de arreglo sustancial ante la inseguridad, criminalidad, desastre económico y su migración; la dictadura de Maduro en Venezuela está negociando su continuidad autoritaria y creando nubes falsas de transición y estabilidad. 

Los Gobiernos de Boric, Petro, y Lula tienen grandes dificultades para crear un alivio económico y modernizante a sus ciudadanos. La corrupción política y económica en Argentina ha empeorado tanto que los ojos del mundo están pensando en ese país, mientras que México mantiene una relación complaciente con la dictadura de Nicaragua. La Alianza Democrática de Costa Rica, Ecuador, Panamá y la República Dominicana está enfrentada con dilemas políticos de cómo aumentar su competitividad en medio de un entorno democrático y populista en su ecosistema regional e interno.

No hay más de cinco de los 34 países en las Américas que se puedan considerar funcionales y sustancialmente democráticos. Esto hace que cualquier enfoque regional hacia Nicaragua está neutralizado por una indisposición de la mayoría de los países de arriesgarse a contramarea.

El ruido global cansa, desgasta y agota

El mundo está pasando por una de las mayores consecuencias de la globalización, la del efecto mariposa en el tiempo real de los efectos económicos, ambientales y políticos en la vida cotidiana de sus ciudadanos. 

Las amenazas de Rusia y China no son ni accidentales, ni temporales, ni livianas.  Estos países se han dedicado, cada uno por su lado, en promover el presidencialismo imperial, sin reales contrapesos institucionales, subordinando la opinión pública al modelo de la posverdad: todo es cuestionable. La invasión Rusa en Ucrania ha revertido la estabilidad regional en Eurasia, afectando el balance militar y la amenaza de la guerra no convencional.  Mientras tanto a China le interesa el control global escalonado. Se presenta como el socio diplomático neutral, y a la vez promoviendo su modelo político como una forma válida de gobernar en el resto del mundo. Para China el control comercial y tecnológico es parte de una estrategia global que alcanzará la venta de armas, y eventualmente huellas chinas en todo el mundo, cambiando la geopolítica global con tendencias antidemocráticas.

La tensión global sigue creciendo toda vez que los intereses geopolíticos están en conflicto, el apetito por la democracia ha decaído globalmente, el crimen organizado está más compenetrado, el balance ecológico está en riesgo, y las expectativas de modernización no están satisfaciendo a la demanda social, que responde con crecientes protestas.

La cultura política nicaragüense

La historia política de los nicaragüenses ha sido casi exclusivamente de vivir con regímenes no democráticos, con sistemas represivos, con fuerte historia de ‘pactos’ o arreglos políticos excluyentes y de corto plazo, con fuerte sentido clientelista o transaccional de hacer política. Desde el siglo XX Nicaragua no ha tenido más de 20 años de historia plenamente democrática, y esas décadas han sido interrumpidas en algunos casos.  Estos ciudadanos han vivido con partidos políticos precarios en su capital político y representatividad, así como también por una ciudadanía desconfiada de la oferta política del líder.

Una de las consecuencias ha sido que las fuerzas democráticas que se conforman traen consigo la herencia de estas deficiencias y las proyectan al momento de conformarse en organización.  La capacidad de conformar un bloque democrático sigue subordinada por la desconfianza y al temor al riesgo político de depositar confianza en el socio potencial y en vez se copla de una especie de oportunismo de eliminar a ese otro socio posible.  Es autodestructivo.

Este proceso de eliminación es tanto individual como colectivo y termina descalificando a todos los líderes, atomizando la organización política al extremo que el país carece de identificarse con la representación de una masa crítica, con popularidad o legitimidad. La única tarjeta de presentación es la imagen que el líder le vende a su masa.

El resultado es que el ego político y la desconfianza sistémica subordinan el interés nacional por el cambio democrático y reducen la probabilidad de montar un bloque político con una masa crítica de carácter representativo, popular, legítimo y activo.

¿Cómo salir de esta situación?: el reto de cambiar el balance de poder

La consolidación totalitaria, aunque no es sostenible a largo plazo, es decir a diez años, provocará un daño permanente en Nicaragua que hará muy difícil la reconstrucción democrática pues requerirá revertir décadas perdidas y enfrentar un país desintegrado, empobrecido y políticamente inestable. 

En este sentido, el rol de la comunidad internacional es clave y empieza por hacer una reconsideración diferente sobre la crisis Nicaragua.

El tratamiento de Nicaragua desde el ámbito internacional y de política exterior requiere integrar una respuesta proporcional a la dimensión de la represión del tipo de régimen, una respuesta con mayor precisión, sincronizada y escalonada.

Esto significa dar tratamiento a Nicaragua como si fuera Afganistán, Siria, Corea del Norte, entre otros Estados fracasados. 

Para tal efecto son necesarias dos respuestas paralelas, una la convencional de presión política contra la represión; de presión material (económica, de sanciones, de justicia internacional), y diplomática (de oferta mediadora, de reconocimiento del grupo cívico, de instancia a la disidencia dentro del régimen). Puntos que hemos resaltado anteriormente.

Dos, también se requiere de una respuesta no convencional adecuada a estos sistemas opresivos y totalitarios, para combatir agresivamente la desinformación y la censura, y someter a los violadores de derechos humanos ante los tribunales internacionales de justicia.

De igual forma, tanto los líderes cívicos excarcelados como aquellos que han continuado la lucha dentro y fuera de Nicaragua tienen el reto de formar un bloque político organizado.  El momento de egos, protagonismos personales, pretensiones presidenciales debe postergarse y subordinarse a las prioridades de la resistencia cívica y la lucha democrática, que son formidables.

Este bloque político tiene que someterse a cumplir plenamente con el trabajo de implementar una estrategia política de restauración de la autoestima y la esperanza al nicaragüense, con comunicación, movilización y organización política, poniendo en primer plano el interés de los nicaragüenses más pobres. 

Las alianzas políticas son vitales, pero no para promover a un líder o candidato, sino para subordinar estas a una lucha política, a la estrategia de resistencia cívica, a un convencimiento importante del rol primordial que la diáspora juega en resolver esta crisis.

Los líderes democráticos necesitan ser vehículos, y no agentes del cambio político. El único agente viable en este momento es un bloque político organizado, coordinado por varios actores, pero no por un solo individuo.

Este es el momento de la resistencia estratégica para aquellos actores dentro de Nicaragua. El gran capital tiene que definir su apoyo, arriesgarse como todos los demás sectores del país, en mostrar tácitamente la importancia del cambio. Su silencio es indefendible y más bien se interpreta como complicidad, aunque quizás se derive de su orfandad de liderazgo. Como mínimo los empresarios tienen que comunicar un vínculo orgánico con las fuerzas democráticas, sean de su agrado o no, pero expresar sus posiciones y apoyos.  De ellos depende mucho que cambie el balance de poder. 

La jerarquía de iglesia católica tiene que proteger a sus feligreses y sacerdotes, y no lo hace con el silencio y la sumisión ante el sistema.  La fe católica exige una resistencia espiritual y ejemplar de parte de sus líderes. Los servidores públicos, incluyendo miembros de las fuerzas de seguridad que están descontentos, tienen también un rol en desnudar la corrupción, el clientelismo, el miedo y los abusos de autoridad. 

La resistencia estratégica no requiere de vociferar, ladrar en público; sino que requiere de invertir todas las energías posibles, como una mayoría silenciosa que se expresa protegiendo su seguridad mediante métodos tácticos que cada día debilitan al régimen. Sí, es posible revertir el balance de poder toda vez que se genere esa simetría de acción entre la movilización proactiva de la comunidad internacional y la oposición cívica democrática como un bloque organizado, con una estrategia de apoyo a los nicaragüenses que hoy padecen las consecuencias de la falta de oportunidades, la corrupción, los empleos de mala calidad, y el empobrecimiento.


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Manuel Orozco

Politólogo nicaragüense. Director del programa de Migración, Remesas y Desarrollo de Diálogo Interamericano. Tiene una maestría en Administración Pública y Estudios Latinoamericanos, y es licenciado en Relaciones Internacionales. También, es miembro principal del Centro para el Desarrollo Internacional de la Universidad de Harvard, presidente de Centroamérica y el Caribe en el Instituto del Servicio Exterior de EE. UU. e investigador principal del Instituto para el Estudio de la Migración Internacional en la Universidad de Georgetown.

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